Conocí a un hombre

Payaso triste por Aiden Ivanov
Payaso triste por Aiden Ivanov

Conocí a un hombre que ya había conocido antes. Un hombre hábil con las palabras, un talentosísimo declamador de circo similar al que repetidamente se encuentra en la clase política, pero carente de materia gris. Conocí pintado con colores pastel a un triste payaso circense actuando por monedas. Un actor suplicante de atención. Un pobre diablo tratando de reinventarse, jugando al antihéroe peligrosamente honesto, recreando la verdad a su antojo fingiendo sinceridad hiriente para hacerse el interesante.

Lo conocí tantas veces que poco importante era saber de él. Lo conocí desde la secundaria en el vecino llorón y mentiroso al que nunca quise volver a visitar después de la mudanza. Lo conocí en televisión vitoreando “pobrecito de mí”. Lo conocí en la universidad suplicando la simpatía de cualquier ser que se sentara a la mesa y sobre todo hábil en el arte de lamer botas cuando su oyente vestía con faldas.

Un personaje irónicamente magnífico, capaz de convertirse en lo que el oyente quisiera con tal de agradar y simultáneamente aburrido. Un payaso. Un pobre payaso crítico, como cualquier artista fracasado.

Autocompadeciente, necesitado de recuperar relevancia en quien ya lo descubrió nocivo a base de lástima y falsos momentos de franqueza maliciosa con el sólo fin de clavarse de nuevo en la memoria. Capaz de decir lo que se necesite para mantenerse vigente, sediento de atención hueca y aficionado de las palabras “sin ofender”.

Conocí a un hombre en sólo 5 minutos, su biografía ya la tenía releída en los libros de texto y sus hábitos manipuladores eran clichés tan gastados como la misma palabra cliché. Conocí a un hombre que en mí no podía generar siquiera pena de la tanta lástima que tenía en si mismo.