Callar para vivir

Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. -Romános 10:10

Los estados Kubbler-Ross son una eficaz manera de estudiar el luto, no lo cuestiono. Episodios de negación, ira, depresión, negociación y aceptación, en ningún orden particular. Comenzamos creyendo que definían la progresión de un paciente terminal, proseguimos generalizando a etapas opcionales a casi cualquier tipo de luto y, a la fecha, funcionan a groso modo para cualquier torbellino en vaso de agua que desarrollamos por ocio. Lo que Elisabeth Kubbler-Ross ignoraba era lo eficiente que es la negación como mecanismo de defensa.

La idea va más allá de la negación a lo incuestionable, los tumores son visibles y la muerte inevitable. En psicología, seguido los males no son reales hasta reconocer su existencia. Entonces llega la confesión, abrir una caja de pandora entre dientes y dejar salir endemoniadamente una idea acechando mi cabeza virtualmente cada noche. Y al confesar, mis ideas se vuelven hechos, valido mis sospechas, y al levantarme de mis rodillas, me encuentro desnudo ante una realidad inventada. Hablar me hace existir.

Lejos de aceptar, como indica Kubbler-Ross, opto por divagar. Recrear escenarios en mi mente, esperar consecuencias caóticas, auto-recriminación, a veces arrepentimiento. Sin destinatario a la ira, sin derecho a la depresión, y sin negociante, recurro al desbarajuste en mi cabeza; pero al tratar de peinar mi enredo mental, hilos saliendo de la corteza de mi cerebro me despiertan cada noche. Historias que suplican ser contadas. Ideas rogando ser compartidas. Entonces, a puño y letra planeo una venganza sin receptor. Me convierto en rehén estocólmico de mis párrafos incompletos.

Dejo la pluma sangrar palabras voraces en oraciones corridas, en contexto vago y sin significado fuera del renglón. Versos descorteces, catárticos, sin sintaxis propia e insultantes al idioma son creados junto a los primeros rayos del día. Exigen existir, simbióticos a su Dr. Frankenstein, y no encuentro remedio más que dejarlos ser y alimentarme de ellos. Escribir para vivir.

Tengo

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Tengo un auto, un teclado empolvado, un espejo. Tres suéteres, un disco de acetato de Leonard Cohen que sólo suena en días de lluvia. Veinte cuadernos, una agenda vieja con versos espontaneos entre fechas.

Tengo tres centenas de películas y una taza con corazones que compré para una chica en febrero que en marzo ya no me correspondía. Diez medias canciones, dos cajas de nostalgias y una de basúra; no sé cuál sea cuál. Cuatro almohadas, dolor de espalda, una guitarra rota con nombre de exnovia (mera coincidencia). Un reloj de campanas, un ukulele, insomnio crónico y crónicas de insomnio. Cartas de amor. Un bombín que compré para un disfraz y ahora uso cada que quiero pensar.

Barajas del mundo, un globo terraqueo, un abanico que no apago ni en invierno. Pantalones angostos que conserve en esperanza de que vuelvan a ajustar. Un Bob Dylan, cuatro Beatles. Un Tarantino, medio Scorcese.

Un complejo de culpa. Tengo miedo… mucho puto miedo. Un temor tan absurdamente voraz y perpetuo que a veces ni yo reconozco que fuerza sobrenatural me sacó de la cama. Un pavor de closet a no pertenecer. Miedo a encontrarme defectuoso en un planeta que no se hizo para mí. Miedo a descubrir que los versos no fluyen igual con cuatro bebidas encima. Miedo a desconocerme. A leer mis viejos textos, sentirme ajeno al narrador y reclamar al sujeto pasado que usurpó mi nombre. A siempre ser la segunda mejor opción, el quinto mejor bajista y sólo el tercer peor escritor. Miedo a desnudar lo vago de mis líneas al testigo casual y descubrirme humano.

Tres revistas para las que escribí, una para la que no. Una crisis existencial semanal. Cuentos de ciencia, ideas de ficción y libros de ciencia ficción. La ciudad de donde soy sin pertenecer, la ciudad que me pertenece de donde no soy y Sevilla. Un empleo, posters sin colgar, la idea con la que empecé a escribir, la idea con la que terminé.

Tengo historias

Siete simples reglas para una vida en escondite (Revisitado)

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Uno: Nunca confíes en un policía vestido con un abrigo de lluvia.
Dos: Cuidado con el entusiasmo y con el amor, ambos son temporales e influenciables.
Tres: Cuando te pregunten si te importan los problemas del mundo, mira profundamente a los ojos de quien pregunte; no volverá a preguntar.
Cuatro y cinco: Nunca des tu verdadero nombre;
Si algún día te piden que te observes detenidamente, no lo hagas.
Seis: Nunca digas o hagas nada que la persona frente a ti no pueda entender.
Y siete: Nunca crees nada; será mal interpretado. Te encadenará y perseguirá por el resto de tu vida, y nunca cambiará.

-Bob Dylan en Advice For Geraldine On Her Miscellaneous Birthday

Es complicado hablar del escondite como un recurso de afrontamiento. Es paradójico, en la naturaleza el escondite es resultado del neuroticismo, una herramienta para las especias más indefensas contra depredadores. Es difícil explicar el escondite sin hacerlo ver como latente debilidad. El recóndito es un ser vulnerable, que no es sinónimo de debilidad, sino fragilidad, y no extiende a permanencia del estado. La acción ética es afrontar, pero al carecer de control y a la necesidad de la espera, ¿Cómo se le puede juzgar al que se esconde?

¿Y qué hay de los seres que evaden a través de la compañía? El escondite que garantizó la supervivencia de ancestros ahora es un mecanismo de contención para la sanidad. Es el afrontamiento forzoso, es un recuento de daños, es introspección.

Como un buen mutante de dos metros de altura, de pies torpes que tienden a tropezar y cabeza ruidosa que a menudo obliga a preguntar -Disculpen, ¿alguien ha visto mis llaves? – el sigilo es una proeza. Las exigencias laborales, mis dependientes y la necesidad de disponibilidad para evitar la crisis dado el carácter de mi trabajo han hecho de mi escondite una terquedad; un intento obstinado por la sanidad mental.

Y esa es la historia del hombre-Muppet, del unicornio azul perdido, de las mil y un grullas de papel y demás ideas de una mente en escondite. Es la historia de las ovejas, de las narrativas de Leonard Cohen y Facundo Cabral, la historia de los relatos condenados a jamás ser leídos por haber ido a parar a éste sitio.

Aquí la publicación original del blog:

https://migueldesanti.wordpress.com/2012/09/25/siete_simples_reglas_para_una_vida_en_escondite/

¿Hombre o Muppet?

12443413_10153902346483190_1373917290_oAño tras año he notado que con la pérdida de la niñez viene la pérdida de la libertad. Es paradójico y absurdo, con la edad he conseguido un empleo, un salario, una licencia de conducir, pero entre más tiempo dejo pasar, veo más limitadas mis opciones. Universidad. Carrera premédica. Investigaciones. Parkinson’s. Trabajo de oficina. Gasolina. Taurina.  Brunch.

Adquirí una rutina, una de esas cosas raras y aburridas de las que tanto rezongué durante la secundaria y de las que me juré nunca adquiriría en preparatoria.  Y así, mientras me ha ido consumiendo un estilo de vida sedentario, lo que me esforcé por poseer me ha convertido en su marioneta de mano. Me desvelo por estudiar, estudio por una carrera, carrera que persigo por un estilo de vida, estilo de vida que desaprovecho tratando de mantenerme despierto después de las 3 de la mañana. Trabajo para comprar una mejor televisión, para sentarme a ver películas que sirvan de terapia para el estrés y la fatiga causada por el trabajo, trabajo que succiona de tal manera mi creatividad que me fusilé la mitad de éste texto de Fight Club. Todo se volvió circular, repetitivo, tedioso; juraba que algún día vivir así me enfermaría, hasta que un día así fue…

Una mañana, tras de un sueño tranquilo auspiciado por un puñado de melatonina en capsula, me encontré sobre mi cama convertido en un monstruo. La espalda suave, la piel aterciopelada y de un color extraño. Al alzar la cabeza, estaba a punto e escurrirme al suelo. Las piernas gelatinosas, los brazos débiles y flojos, y la boca ancha, abriendo y cerrando como caja de alhajero. ¿Qué me pasó?

En mi habitación todo era normal, aunque bastante grande. Me levanté de la cama más descansado que nunca. Al notar lo tarde que era, tomó un número musical salir de la ducha, vestirme y desayunar. La calle era un flash mob neoyorquino, las paredes de la oficina eran de color pastel, y a pesar del silencio, no paraba de mover la cabeza a ritmo de un ragtime de camión de helado.

Me he convertido en un ser absurdo, una caricatura entre hombres de saco y corbata, como un perro incómodo de ver vestido en ropas de humano. Mis compañeros estaban horrorizados, dudaban que aquella extraña criatura fuera yo y la idea de que mi padecer fuera contagioso les hacía temblar. Un poco Franz Kafka y bastante Walt Disney, me convertí en un ser sin temor, ansiedad, o estrés, carente y despreocupado, sin conocimiento ni interés del futuro y sus malas mañas de repartir sorpresas no solicitadas. En mi pequeño mundo, yo era una estrella.

Tecleé como nunca para terminar temprano las labores (descripción gráfica), pedí permiso al jefe para salir de la oficina; él, sin contestar, se conformó con observarme salir. No había nada que pudiera detenerme, nada que importara más que gozar de mi nueva condición. Podía hacer de mi lo que deseara; podía ser un rockstar, un columnista, un manifestante por los derechos de los ciudadanos verdes. Mi pequeña imagen generaba tanto pavor entre las masas, que nadie se atrevía a detenerme.

Tras un día de sembrar el pánico por doquier, llegué a casa resacado y confundido, idéntico a la noche anterior, quizá un poco más vacío. Existencialista, como el chico que hace meses en éste espacio escribió de los Beatles, agotado como desde hace meses. ¿Soy lo que decidí? ¿Decidí lo que quería? ¿Lo que quería es lo que quiero? ¿Soy un hombre o soy un Muppet?


 

¿Por qué no pude ser un Beatle?

Reportero: ¿Es Ringo el mejor baterista del mundo?
Paul McCartney: Ni siquiera es el mejor baterista en Los Beatles

Nenenenene, ¿qué vas a hacer cuando seas grande? ¿Estrella de Rock n’ Roll? ¿Presidente de la nación?… ¿Por qué nadie me dijo cuándo sería grande? A los 10 años uno ve a los adolescentes como adultos, a los 15 esperas los 18 y a los 20 nadie sabe en qué momento ocurrió la transición. A los 6 años soñaba con convertirme en agente secreto. Mi héroe era Ethan Hunt, quería unirme a una fuerza de espionaje estadounidense, destruir todas las fábricas del mundo para acabar con la contaminación y capturar a los terroristas. A los 11 soñaba con ser abogado. Quería encarcelar a los políticos corruptos de los que hablaba las maestras malinchistas y demandar al director por no pagarles suficiente. Deseaba representar a los pobres y a los inmigrantes indocumentados, y recuperar para México la tierra que Estados Unidos nos robó los tiempos de Santa Ana. A los 14 decidí que sería psicólogo. Escucharía los problemas de la gente y los ayudaría a pelear contra sus demonios personales y así tal vez podría también enfrentar los propios. A los 17, mis maestros estuvieron a punto de convencerme de estudiar música, pero al descubrir que no tenía la dedicación de Andrew Neiman en Whiplash, desistí. Ya estudiando psicología, a los 19 le di una oportunidad al periodismo, antes de descubrir que detestaba dicho oficio por motivos dignos de una entrada de blog.

Me esforcé por dejar de ser un estudiante soñador para convertirme en un profesionista con claros objetivos y una vida estable, sin embargo los años parecen tratar de regresarme a mis ideas de niñez. A los 19 realicé que Jason Borne era más astuto que Ethan Hunt y James Bond mucho más ‘cool’. A los 20 descubrí que sufría una repulsión absoluta al sistema legal y una aún peor por los abogados. El acercamiento psicológico que comparten la enorme mayoría de mis compañeros de carrera poco científico y altamente emocional me comenzó a causar pereza. Dejé atrás mis delirios de Rock Star, pero aún daría una pierna por ser descubierto como el Bob Dylan de mi generación.

A los 20 quería ser doctor y a los 21 Doctor Who.

Lo que nunca aprendí es lo que debía ser. Se me dijo que existían muchos caminos para convertirme en algo, pero nadie me advirtió de la poca precisión que había en cada uno y que ultimadamente mi empleador me iba a resumir en una oración. 22 años de trayectoria desmenuzados en un curriculum vitae del que solo 15 palabras serian extraídas para definir en quien me convertí. Ningún director de clínica está interesado en un médico que guste del columnismo independiente. Ningún centro de salud mental busca un licenciado en psicología que pueda resolver un cubo de Rubik’s en 40 segundos. Ninguna Universidad de medicina está interesada en un chico con promedio medio/alto con habilidad en guitarra flamenca.

Y toda esta travesía me lleva a una duda constante de existencia. ¿Por qué no pude ser un Beatle? No me hubiera molestado dormir en un sillón en Amsterdam esperando mi oportunidad. Hubiera convencido a los muchachos de girar con Billy Preston, hubiera propuesto tocar conciertos ocasionales con Clapton y yo también pude gritarle a Yoko. Let It Be hubiera sido publicado sin necesidad de que Phil Spector metiera sus sucias manos. Le hubiera dado un pésame personal a Paul cuando falleció Linda. Hubiera insistido con una reunión tras la muerte de John. Le hubiera dicho a George que sus canciones no eran tan malas y así tal vez hubiéramos escuchado un poco más de él en los álbumes. Puedo no ser un genio musical, pero si Ringo pudo ser un Beatle, ¿por qué yo no?

Esto es ‘Así pasa cuando sucede’. Lo indicado en este momento sería compartirles mi canción favorite de Los Beatles, Across the Universe, pero esta parodia de Thinking Out Loud por Jeremy Renner resume perfectamente lo que significa esta entrada. ¡Hasta pronto amigos!

Ideas

Snapshot_20140321_37Esta es una entrada más dentro de la misma pila de textos olvidados. Yo sé que suena dramático, pero si logra aminorarlo, miento cuando hablo de muchos de mis textos, siendo que un texto debe estar escrito en algún lado para llevar ese nombre. Si me preguntaran, tendría que dar la clásica explicación del cuenta cuentos perezoso, “todo está en mi cabeza”. Algo de verdad y algo de mentira tiene, cuando hablo de un texto o una canción en proceso tengo una idea sólida sobre lo que quiero transmitir y el mensaje que quiero arrojar, pero joder que yo no soy de escribir ideas… y quizá es por eso que soy tan olvidadizo. Esta entrada es una de esas viejas ideas que sencillamente perdió propósito, pero igual decidí terminarla hoy. Debo explicarme, quería escribir una carta a una vieja amiga. Una carta sin sentimentalismo ni mensajes de añoranza y sin esperar una respuesta, quizá con el único propósito de charlar sobre cosas sin sentido y sembrar una idea en su cabeza, ¿Qué demonios paso?; porque cabe a aclarar que ya no me habla. Me parece un ejercicio creativo fresco escribir a quien se sabe que no responderá, de vez en cuando deseo hablar y sólo hablar; organizar ideas, saber que me están juzgando al escucharme y leerme, pero optar por ignorarlo por no poder oír nada. Quería hablar sobre lo poco que dormí en las vacaciones de primavera, Ucrania, Vetusta Morla, mi sobrino/hijo de mi ahijada, psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y todo ese tipo de cosas psicologosas de las que hablo emocionado por el hecho de complacerme a mí mismo, incluso cuando sé que el pobre de mí escucha no está interesado, pero está entrada quedo guardada demasiado tiempo como “idea”. Hoy en vez tendría que hablar sobre lo poco que duermo  estos días, que es lo mismo a no dormir en vacaciones, pero no es igual. Tendría que quejarme de lo inaudito que suena que en un año la ciudad haya demolido el ayuntamiento, construido un estadio de béisbol, organizado eventos e inaugurado el local, mientras en un año y medio la universidad no ha podido poner pasto. Contaría de cómo en un avión rumbo a la ciudad de México releí “Las batallas en el desierto” de José Emilio Pacheco (libro del que hablé hace un par de entradas) y casi rompo en llanto como si hubiera estado esperando otro final. Resulta toda una experiencia eso de releer historias o volver a ver películas esperando desde lo más profundo del alma un final diferente que por obvias razones no ocurre… o esto quizá sólo es lo que quiere decir el niño de 5 años que fui protestando la muerte de Mufasa. Falleció Gabriel García Márquez y, con toda la pena del mundo, debo admitir que nunca leí de él más que un par de cuentos. Murió el último de los Buendía dejándome sabiendo quien es, pero sin darme la oportunidad de conocerlo hasta después de su partida. Sentí la necesidad de empezar “Cien años de soledad” al saber de su muerte, pero estas semanas sólo me han durado para leer “El coronel no tiene quien le escriba”, corto libro que es tan vívido que duele. Después de semanas de insistencia mis padres cedieron en regalarle un perro a mi hermano menor, un pastor alemán de sólo 3 meses. El cachorro, llamado Apollo, llego a casa con muriendo de miedo y desconociendo todo, pero siguiendo instintivamente a quien se le pusiera enfrente. Como suele suceder, lloraba la ausencia de su madre y sus hermanos, pero en particular este perro tenía la mirada más triste que jamás había visto. Llevaba sólo un par de horas en la casa cuando el perro cayo deprimido en su cama y lloraba callado, sin quejidos y sólo dejando rodar sus lágrimas. Con sólo una semana en casa,  a Apollo se le detecto un problema cardiaco y falleció durante una cirugía a corazón abierto. Los ojos tristes de Apollo sólo podían compararse a los de mi pequeño hermano después de su partida y hasta ese momento caí en cuenta de lo rápido que se puede desarrollar una amistad profunda. Aquí decido terminar con este manojo de ideas, ya que por fin he descubierto que una pila de ideas completas no hacen más que un texto incompleto como el que hoy les presento. Aprovecho para invitarlos a leer mi última entrada,  el texto NO RELIGIOSO, ‘Lázaro’. Esto es ‘Así pasa cuando sucede’, espero que esta entrada desordenada y un poco más larga de lo usual haya sido de su agrado, hasta pronto.

Desperté y ya no era año nuevo…

Snapshot_20140223_1Pasó el día de San Valentín casi desapercibido; sin pena ni gloria. Por si fuera poco,  ahora que por fin decido visitar de nuevo el gimnasio, descubro que el grupo de corredores de resoluciones han desistido de bajar de peso.

La ironía es que el año aún se siente nuevo. Se parece demasiado al anterior, que se parecía a la vez a su predecesor. Ya vamos colgando las chamarras y construyendo planes para las vacaciones de primavera, que están por venir en dos semanas. La universidad sigue en construcción, el Aura sigue siendo el lugar de moda y los grupos que el año pasado protestaban el estadio de béisbol ahora protestan la modificación genética de la comida, el “nuevo” espionaje americano que data desde los años 60, el bolseamiento de Chuchita o cualquier cosa que se les haya ocurrido y suene a lo mismo.

Todo prosigue como el año anterior y, ¿Yo qué he hecho? Tengo tanto que narrar y tan poca motivación que hoy me ha dado por escribir tal cual me pasen las

 

Falleció José Emilio Pacheco, escritor de Las batallas en el desierto. Estuve a punto de comprar este libro por 5 dólares hace algunos meses, lo pospuse a causa de los gastos navideños y ahora se encuentran ediciones de hasta 130 dólares por internet. Leí este libro en la preparatoria como proyecto de una clase de español y resulto tan placentero que fue una lástima haberlo leído en las carreras un par de madrugadas de domingo.

Recuerdo a unas compañeras quejándose del contenido sexual del libro llamándolo “asqueroso”, supongo que quizá algunos no estábamos listos para leer a Pacheco. El hecho es que Las batallas en el desierto narra la vida de un niño promedio en el México de los años 40 desde una perspectiva inocente, con tintes trágicos. El libro es sencillamente épico y ampliamente recomendable.

En el ámbito televisivo, desde finales del año pasado he estado viendo la serie de la cadena BBC, Doctor Who, de una manera casi obsesiva (de lo cual ya he de tener fastidiados a mis amigos y familiares). Para los que no estén familiarizados con el concepto, el programa básicamente muestra las hazañas de un personaje extraterrestre que viaja a través del tiempo y el espacio en defensa del planeta y por motivos turísticos. A pesar de estar llena de clichés y tener tanta apertura en los guiones como para que en cuestiones prácticas, el guionista siempre tiene un botón de reinicio para un final perfecto, la serie me resulta muy interesante por sus referencias históricas y a la cultura pop, y sobre todo por ser indirectamente optimista.

La gente tiende a pensar que los tiempos solamente empeoran y que los humanos somos unos seres autodestructivos, sanguinarios y con una moral cada vez más deficiente, cuando, en mi humilde opinión, cada generación se está volviendo más consiente del sufrimiento ajeno que la anterior y, por lo tanto, ahora nos escandaliza más que en los tiempos pasados. Por el contrario, el personaje principal del programa siente predilección por la raza humana, destacándola por ser noble, curiosa y sencillamente “brillante”.

El viernes se logró la captura del capo de la droga, Joaquín “El Chapo” Guzmán en Mazatlán. No considero importante hondear en el tema ya que en estos momentos los medios están bombardeando información como para que cualquier cosa que diga sea importante, solamente quiero hacer una petición. ¡NO IDOLATREN A ESTOS PERSONAJES! Me parece inaudita la popularidad del narco-corrido. Respeto la intención del artista de narrar hechos, sin embargo más que una narrativa este género tiende a exaltar la imagen de personas, lejos de reconocerlos como asesinos sadistas.  Aún más indignante me parece que existan series televisivas donde no solo los protagonistas sean Amado Carrillo y Pablo Escobar, sino que también sean los héroes. No consuman estos productos, ¡DIGAN NO A LA NARCO-CULTURA!

En mi vida personal, lo más relevante que ha ocurrido de lo que quiera contar es que aprendí como armar un cubo de Rubik’s. Quizá también pueda hablar de que he aprendido sobre la triada oscura de la personalidad, es decir, tipos de personalidad retorcidas que destacan por carecer de empatía: la psicopatía, el maquiavelismo y el narcisimo. Me inmiscuiré más en el tema próximamente para escribirles al respecto. Esto es ‘Así pasa cuando sucede’. Los dejo con una de mis canciones favoritas de la banda española Vetusta Morla, que visita Cd. Juárez junto a Zoé el 14 de marzo; Saharabbey Road, el placer de no tener nada.

Una grulla

Snapshot_20131201¿Y qué demonios pasó con el blog? En julio anuncié mi regreso a escribir activamente en ‘Así pasa cuando sucede’. Después de un experimento creativo fallido realizado ese mismo mes, llegamos a diciembre y el blog ha quedado olvidado. La culpa la tiene un texto que se ha quedado atorado en la pluma y por más que he intente evadirlo, creo es hora de redactarlo.

Hace ya algunos meses ocurrió una tragedia personal de la que no hablare porque no es el tema de esta entrada y porque sencillamente no me viene en gana. Los hechos de importancia en esta entrada son las réplicas de lo ocurrido, no el sismo en si.

Somos muchos los que nos hemos obsesionado con la idea de volver al pasado, en ocasiones por nostalgia, y en este caso por arrepentimiento. Muchos nos hemos angustiado pensando en los errores que cometimos en tiempos pretéritos y analizamos que tan diferente pudo haber sido nuestra vida de haber escogido más sabiamente o simplemente de haber actuado diferente ante cierto suceso. El hecho es que el pasado no cambia y fantasear sobre lo distintos resultados que pudo tener un suceso de haber sido diferente solo es añorar y la añoranza obsesionada es una pérdida de tiempo, del mismo tipo de las que tendemos a arrepentirnos en el futuro.

Al día siguiente de que ocurrió el sismo, me encontraba a la mitad de la tarde, aun con la ropa rota de la noche anterior puesta y apenas había probado bocado cuando alguien toco a la puerta. Eran algunos de mis más íntimos que sabían de lo ocurrido y no habían podido localizarme. En el momento la visita no me cayó en gracia, pero más tarde habría de agradecerla enormemente. Una pareja dentro del mismo grupo de amigos me regalo esa misma tarde una grulla de papel azul. Quizá ellos no estaban muy seguros del significado que tienen estas grullas para mí, pero bien sabían que algún bien me había de hacer.

La visita verdaderamente no cambio los hechos, pero me ayudo a recordar que había un sinfín de cosas por las que debía superar lo ocurrido y seguir con mi vida normal. La tragedia ocurrió y no había nada que pudiera hacer por deshacerla, pero tengo un Dios que nunca se olvidó de mí, una familia amorosa y los amigos más leales que pude pedir, presentes o no. Nada hecho en el futuro podía evitar el temblor pasado y por las réplicas descubrí que no existía nada más atemorizante que descubrir que los fantasmas a los que le temía de niño habían vuelto en mi adultez, tendrían nombre y apellido, volverían a habitar debajo de la cama, me confinarían a dormir en una silla por días y me despertarían a gritos en la noche, pero descubrí que a pesar de todo lo que se me había quitado o negado, era nada comparado a lo que se me había otorgado. Tengo un fantasma, pero tengo una grulla.

Bienvenidos de vuelta a ‘Así pasa cuando sucede’.

¡Regresamos!

Snapshot_20130710_6Después de un semestre ocupado y suficientemente ajetreado como para amenazar con dejar secuelas, estamos de vuelta en ‘Así pasa cuando sucede’. Quiero comenzar reafirmando  el motivo y propósito de este sitio. ‘Así pasa cuando sucede’ es un espacio dedicado a la lectura ligera, pero productiva. No busco comparar mi trabajo al columnismo local y mucho menos al periodismo. El fin de ‘Así pasa cuando sucede’ es fomentar el libre pensamiento y la reflexión, sin convertir este espacio en un blog de auto-superación.

Principalmente manejo temas de índole cotidiana, sociológica, psicológica, musical y ocasionalmente filosófica,  pero el sitio no se limita a esto y buscamos expandirnos. Esta página es mi sitio personal, sin embargo está abierto a las aportaciones escritores y lectores casuales. Críticas y sugerencias son bien recibidas y próximamente tendremos invitados especiales escribiendo entradas para este sitio. Espero disfruten tanto de esta espacio como yo he disfrutado de construirlo

¡Bienvenidos a ‘Así pasa cuando sucede’!

Entrada más reciente: Unicornio azul

De doctores

De doctores

Snapshot_20130406_1Dada a la carga cotidiana y la decidia, debo reconocerme enfermo desde ya hace varias semanas. Mi inusual falta de salud ha sido parcialmente a causa de la sobrecarga de trabajo, pero deriva sobre todo de mi falta de organización. Se dice que para cada mal existe un remedio y, de ser el caso, puedo alardear de mis conocimientos en medicina versátil para cualquier mal.

El rock británico es un vitamínico poderoso contra la somnolencia matutina y contrarresta los efectos de una dura desvelada mejor que una dosis normal de cafeína o taurina, especialmente el rock psicodélico y dinámico de los sesentas o la nueva corriente de rock independiente.  Para la sangre ardiente que siente toda alma joven al leer un diario mexicano cualquiera existe el folk americano de Bob Dylan y Woody Guthrie o la bella trova cubana de Silvio Rodríguez, una dosis no elimina ni aminora el sentimiento, pero levanta el ánimo para buscar un remedio a la inconformidad, que casi siempre consta de la búsqueda de un cambio.

Una mezcla de jazz de cualquier época o corriente y café en taza (evítese a como dé lugar beberlo en vaso desechable) levanta naturalmente los niveles de serotonina en el cuerpo y lo libera de ansiedad, ya sea proveniente del Big Band de Benny Goodman, la exótica voz de Billie Holliday, jazz fusion o, de tener oídos un poco intolerantes, Norah Jones, que es una buena introducción al jazz. El jazz es una excelente alternativa al yoga y a la acupuntura.

Para tolerar el denso tráfico de las cinco de la tarde, recomiendo ampliamente no limitarse al mismo disco que tenga reproduciendo en el automóvil, sugiero experimentar con distintos géneros de música y sobre todo, escuchar álbumes completos en lugar de canciones sueltas, ya que estos con frecuencia contienen una línea a seguir y el autor busca provocar una ola de sentimientos y reacciones en un orden especifico, disfrutara más la música y entenderá mejor el trabajo del autor.

Existen varios remedios para tratar la fatiga crónica y la depresión vespertina,  pero personalmente recomiendo fuertes dosis de canciones de Leonard Cohen, el tango de Carlos Gardel y más específicamente, las canciones de José Alfredo Jiménez cantadas por el mismo autor o por un buen interprete y el álbum La ciencia de los inútiles de Ximena Sariñana, Omar Rodríguez-López y Aarón Cruz Bravo, álbum de jazz acústico y experimental. Debo advertirles cuidar la dosis de estos últimos y especialmente la de las canciones de Leonard Cohen y José Alfredo ya que pueden provocar serias quemaduras, depresión severa y fuertes dolores de pecho; no se escuchen a altas horas de la noche porque también pueden ocasionar insomnio que solamente puede ser tratado por las Nocturnas de Frederic Chopin.

CeciliaEsta entrada está dedicada a la escritora y estudiante de medicina, Cecilia Gómez. Cecilia escribe en el blog personal ‘Alma de Amarilis, versos y otros daguerrotipos‘, en el blog nacional mexicano ‘La luna y su ombligo‘ y en la revista argentina ‘El cadaver exquisito’. Personalmente, recomiendo el relato ‘Maniobras de vigilia’.

Cecilia es, en palabras de la autora:

[Una] escritora bajo las sombras, poeta de vena negra, estudiante de la vida y de la muerte, busc[a] a los poetas oscuros y a los escritores malditos.

Gracias por ser doctora y amiga cuando más lo necesité.

Esto es ‘Así pasa cuando sucede’, los dejo con un clásico de la música folk de Paul Simon, interpretado por Mumford & Sons y Jerry Douglas, versión impecable que casi se siente personalmente biográfica. ¡Hasta pronto!