Tengo un auto, un teclado empolvado, un espejo. Tres suéteres, un disco de acetato de Leonard Cohen que sólo suena en días de lluvia. Veinte cuadernos, una agenda vieja con versos espontáneos entre fechas.
Tengo tres centenas de películas y una taza con corazones que compré para una chica en febrero que en marzo ya no me correspondía. Diez medias canciones, dos cajas de nostalgias y una de basura; no sé cuál sea cuál. Cuatro almohadas, dolor de espalda, una guitarra rota con nombre de exnovia (mera coincidencia). Un reloj de campanas, un ukulele, insomnio crónico y crónicas de insomnio. Tengo la insólita sensación de perder el tiempo al dormir y una terca resistencia a la almohada. Cartas de amor y una rosa púrpura. Un bombín que compré para un disfraz y ahora uso cada que quiero pensar.
Barajas del mundo, un globo terráqueo, un abanico que no apago ni en invierno. Pantalones angostos que conserve en esperanza de que vuelvan a ajustar. Un Bob Dylan, cuatro Beatles. Un Tarantino, medio Scorcese.
Tres revistas para las que escribí, una para la que no. Una crisis existencial semanal. Cuentos de ciencia, ideas de ficción. Recuerdos frescos de una persona que se creyó expectadora, pero nunca supo que le pertenecí
Tengo cuatro amigos, tal vez menos. Tuve más; y cuando los perdí, lancé rabietas que todavía me apenan. Tengo una dieta a base de cafeína, cerveza oscura y plátanos. Un sartén quemado, dos recetas que casi siempre salen bien. Un complejo de culpa. Tengo miedo… mucho puto miedo. Un temor tan absurdamente voraz y perpetuo que a veces ni yo reconozco que fuerza sobrenatural me sacó de la cama. Un pavor de closet a no pertenecer. Miedo a encontrarme defectuoso en un planeta que no se hizo para mí. Miedo a descubrir que los versos no fluyen igual con cuatro bebidas encima. Miedo a desconocerme. A leer mis viejos textos, sentirme ajeno al narrador y reclamar al sujeto pasado que usurpó mi nombre. A siempre ser la segunda mejor opción, el quinto mejor bajista y sólo el tercer peor escritor. Miedo a desnudar lo vago de mis líneas al testigo casual y descubrirme humano. Tengo fatiga crónica por mi tendencia impulsiva a pedir perdón. Tengo tanto sueño y tan pocas ganas de dormir.
Tengo mucho que decir, poca palabra, y menos rimas. La ciudad de donde soy sin pertenecer, la ciudad que me pertenece de donde no soy y Sevilla. Un empleo, posters sin colgar, la idea con la que empecé a escribir, la idea con la que terminé.
Tengo una curiosidad insaciable. Una terca insistencia por ojear el último capítulo que algún sonso estudiante escribirá sobre mis hazañas. Hablo al doble de velocidad porque tengo prisa por descubrir la próxima idea descabellada que propondré. Tengo masoquistas ganas de ser secuestrado por la pluma. De asomarme a la boca de la guitarra y confundir las cuerdas por barrotes. Tengo un sinfín de historias coleccionadas que ahora muero por ofrecer como rescate.