Callar para vivir

Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. -Romános 10:10

Los estados Kubbler-Ross son una eficaz manera de estudiar el luto, no lo cuestiono. Episodios de negación, ira, depresión, negociación y aceptación, en ningún orden particular. Comenzamos creyendo que definían la progresión de un paciente terminal, proseguimos generalizando a etapas opcionales a casi cualquier tipo de luto y, a la fecha, funcionan a groso modo para cualquier torbellino en vaso de agua que desarrollamos por ocio. Lo que Elisabeth Kubbler-Ross ignoraba era lo eficiente que es la negación como mecanismo de defensa.

La idea va más allá de la negación a lo incuestionable, los tumores son visibles y la muerte inevitable. En psicología, seguido los males no son reales hasta reconocer su existencia. Entonces llega la confesión, abrir una caja de pandora entre dientes y dejar salir endemoniadamente una idea acechando mi cabeza virtualmente cada noche. Y al confesar, mis ideas se vuelven hechos, valido mis sospechas, y al levantarme de mis rodillas, me encuentro desnudo ante una realidad inventada. Hablar me hace existir.

Lejos de aceptar, como indica Kubbler-Ross, opto por divagar. Recrear escenarios en mi mente, esperar consecuencias caóticas, auto-recriminación, a veces arrepentimiento. Sin destinatario a la ira, sin derecho a la depresión, y sin negociante, recurro al desbarajuste en mi cabeza; pero al tratar de peinar mi enredo mental, hilos saliendo de la corteza de mi cerebro me despiertan cada noche. Historias que suplican ser contadas. Ideas rogando ser compartidas. Entonces, a puño y letra planeo una venganza sin receptor. Me convierto en rehén estocólmico de mis párrafos incompletos.

Dejo la pluma sangrar palabras voraces en oraciones corridas, en contexto vago y sin significado fuera del renglón. Versos descorteces, catárticos, sin sintaxis propia e insultantes al idioma son creados junto a los primeros rayos del día. Exigen existir, simbióticos a su Dr. Frankenstein, y no encuentro remedio más que dejarlos ser y alimentarme de ellos. Escribir para vivir.

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